Entendiendo y aceptando la vida como un pasar por el diccionario con ojos vendados, el día 24 de Agosto, natalicio del escritor Jorge Luis Borges, se proyectó en la Sociedad de Fomento de Villa Sarmiento "el Diario de un Médico en la Antártida".
La coincidencia de la fecha fue un guiño indudable del destino para que en el cielo de la eternidad se reúnan un gran escritor y un admirador feroz. El Dr. Arnaldo Mamianetti quien partió en un pacto de lagrimas con las estrellas el pasado 26 de Julio al camino eterno del cielo, logró su cometido de compartir con su barrio y allegados, su experiencia en el continente blanco…allá por mediados de la década del 60.
Concurrieron unas 60 personas, logrando crear un ambiente cálido y emotivo, reemplazando así la calidez del forjador del material compartido.
Sobre una mesa, desplegados, estaban unas fotos, piedras volcánicas, cámara de foto, anteojos de la época para la nieve, el diario intimo de su pasar por la Antártida custodiados todos por su equipo naranja que observaba delante de él la admiración por los objetos que los visitantes manifestaban…
En la introducción de la proyección, su Mujer Nelvy del Ciampo, agradeció en emocional tono a todos los presentes y le cedió la palabra al Señor Carlos Bruzera, amigo de la infancia hasta la eternidad del Dr. Arnaldo Mamianetti. Sus palabras acercaron la persona del protagonista de la proyección a quienes tanto no lo conocían y cobijo en un manto de recuerdos resplandecientes a los más cercanos. Inevitable fue su emoción para presentar a su amigo ausente en el salón, pero presente por siempre en la inmensidad de su corazón.
Luego su hijo Adrian Mamianetti a modo de introducción recordó las andanzas de su padre como escritor bajo el seudónimo de Alcuño Senhal, así como también una carta de la hija Andrea Mamianetti que compartía con todos la vivencia de cómo había sido su experiencia de tan chiquita con su padre tan lejos. Al finalizar la proyección un vecino recordó el paso de Arnaldo Mamianetti como arquero de la Selección Juvenil de Futbol por el año 1956, la cual abandono por una fractura en uno de sus dedos meñiques un día antes de ir a jugar el mundial de la categoría en Alemania.
Los aplausos y saludos de la tarde – noche, dieron un cálido cierre para una reunión que combino lágrimas y risas,..una muestra en 2 horas de lo que es el transitar de la vida.
A continuación el texto del Sr. Carlos Bruzera, la hija del Doctor y la combinación de párrafos de Alcuño Senhal a cargo de su hijo Adrian Mamianetti…
Las Palabras de Carlos Bruzera en sentido homenaje a su amigo Arnaldo Mamianetti.
He dado muchas charlas y presentado libros a lo largo de mi larga vida, pero nunca enfrente un momento tan crítico como éste.
Siento un profundo dolor por la muerte de mi amigo y al mismo tiempo, extrañamente, experimento una sensación de calma, de sosiego, porque sé que Arnaldo, lo que no muchos logramos, pudo cumplir con creces su misión en la vida.
Fuimos amigos durante 73 años y establecimos sin cálculos previos, una rutina que comenzó saliendo de la infancia y llegando a la adolescencia. Rutina que interrumpida por un tiempo, regresó en estos últimos veinte años:
Todos los sábados, a las 8, llegaba Arnaldo a mi casa, yo, ya con el agua caliente, lo esperaba sentado en el umbral de un negocio pegado a mi edificio.
Sentados en derredor de la mesa del comedor, tomábamos mate y hablábamos de recuerdos; muchas veces él había olvidado cosas, otras el olvidado era yo, complementábamos la memoria.
Comentábamos sobre algún recorte de “La Nación” que Arnaldo traía en su carpeta. El tema religioso estaba vedado, ya que él era agnóstico y yo creyente; poco de futbol, él era de Independiente y yo de Boca, y bastante de la realidad. Mirábamos por la “ventana indiscreta” como llamaba a mi balcón que domina el Pasaje China, en busca inútil de lejanos vecinos.
Hablaba de la Antártida pese a lo dramático de su odisea en el hielo, y llegó a convocar a mi familia para que viéramos las diapositivas que sacara en la base Matienzo. Proyección que matizaba con sus comentarios.
Un buen día, no hace mucho, me contó que Adrián, luego de un duro trabajo de un año, había producido un DVD del que ambos estaban orgullosos.
Tenés que editar tu Diario, le repetí como lo venía haciendo hacía tiempo. Otro buen día me reveló que había enviado el Diario al editor. Me alegré mucho.
A los pocos días me pidió que le escribiera el prólogo. Fue un honor y un placer infinito para mí. Fue tal la emoción, que ese mismo día y en escaso tiempo, el prólogo estuvo listo y enviado a mi Amigo.
Le agradó, quizá por tal motivo a la semana me escribe el editor y me comenta que de común acuerdo con Arnaldo, habían resuelto que el Diario llevara por título, el que yo le había dado al prólogo: “El hielo y la lumbre”
La experiencia en el hielo fue una dura prueba para Arnaldo. Tuvo que ser amparo y refugio para sus compañeros de misión.
Fue médico, dentista, psicólogo y hasta sacerdote, siempre imbuido en su carácter de hombre fuerte que no se permitía la menor desazón, ni un momento de desasosiego. Así, cuando su angustia por la lejanía de su familia y de sus cosas le apretaba el corazón, caminaba y caminaba por el hielo y lejos, para que sus compañeros no lo escucharan, lanzaba su grito tremebundo, imponente.
Cuando Arnaldo me confiaba esos instantes de suprema impotencia, de angustia, de inmediato recordaba yo aquel “Grito” de Edvard Much.
Se me dio por pensar que el grito primero, el original había sido el de mi Amigo.
Quisiera terminar parangonando a su tan amado Jorge Luis Borges y decir:
“A mí se me hace cuento que murió Arnaldo, lo juzgo eterno como la amistad y la nobleza”.
Concurrieron unas 60 personas, logrando crear un ambiente cálido y emotivo, reemplazando así la calidez del forjador del material compartido.
En la introducción de la proyección, su Mujer Nelvy del Ciampo, agradeció en emocional tono a todos los presentes y le cedió la palabra al Señor Carlos Bruzera, amigo de la infancia hasta la eternidad del Dr. Arnaldo Mamianetti. Sus palabras acercaron la persona del protagonista de la proyección a quienes tanto no lo conocían y cobijo en un manto de recuerdos resplandecientes a los más cercanos. Inevitable fue su emoción para presentar a su amigo ausente en el salón, pero presente por siempre en la inmensidad de su corazón.
Luego su hijo Adrian Mamianetti a modo de introducción recordó las andanzas de su padre como escritor bajo el seudónimo de Alcuño Senhal, así como también una carta de la hija Andrea Mamianetti que compartía con todos la vivencia de cómo había sido su experiencia de tan chiquita con su padre tan lejos. Al finalizar la proyección un vecino recordó el paso de Arnaldo Mamianetti como arquero de la Selección Juvenil de Futbol por el año 1956, la cual abandono por una fractura en uno de sus dedos meñiques un día antes de ir a jugar el mundial de la categoría en Alemania.
Los aplausos y saludos de la tarde – noche, dieron un cálido cierre para una reunión que combino lágrimas y risas,..una muestra en 2 horas de lo que es el transitar de la vida.
A continuación el texto del Sr. Carlos Bruzera, la hija del Doctor y la combinación de párrafos de Alcuño Senhal a cargo de su hijo Adrian Mamianetti…
Las Palabras de Carlos Bruzera en sentido homenaje a su amigo Arnaldo Mamianetti.
Siento un profundo dolor por la muerte de mi amigo y al mismo tiempo, extrañamente, experimento una sensación de calma, de sosiego, porque sé que Arnaldo, lo que no muchos logramos, pudo cumplir con creces su misión en la vida.
Fuimos amigos durante 73 años y establecimos sin cálculos previos, una rutina que comenzó saliendo de la infancia y llegando a la adolescencia. Rutina que interrumpida por un tiempo, regresó en estos últimos veinte años:
Todos los sábados, a las 8, llegaba Arnaldo a mi casa, yo, ya con el agua caliente, lo esperaba sentado en el umbral de un negocio pegado a mi edificio.
Sentados en derredor de la mesa del comedor, tomábamos mate y hablábamos de recuerdos; muchas veces él había olvidado cosas, otras el olvidado era yo, complementábamos la memoria.
Comentábamos sobre algún recorte de “La Nación” que Arnaldo traía en su carpeta. El tema religioso estaba vedado, ya que él era agnóstico y yo creyente; poco de futbol, él era de Independiente y yo de Boca, y bastante de la realidad. Mirábamos por la “ventana indiscreta” como llamaba a mi balcón que domina el Pasaje China, en busca inútil de lejanos vecinos.
Hablaba de la Antártida pese a lo dramático de su odisea en el hielo, y llegó a convocar a mi familia para que viéramos las diapositivas que sacara en la base Matienzo. Proyección que matizaba con sus comentarios.
Un buen día, no hace mucho, me contó que Adrián, luego de un duro trabajo de un año, había producido un DVD del que ambos estaban orgullosos.
Tenés que editar tu Diario, le repetí como lo venía haciendo hacía tiempo. Otro buen día me reveló que había enviado el Diario al editor. Me alegré mucho.
A los pocos días me pidió que le escribiera el prólogo. Fue un honor y un placer infinito para mí. Fue tal la emoción, que ese mismo día y en escaso tiempo, el prólogo estuvo listo y enviado a mi Amigo.
Le agradó, quizá por tal motivo a la semana me escribe el editor y me comenta que de común acuerdo con Arnaldo, habían resuelto que el Diario llevara por título, el que yo le había dado al prólogo: “El hielo y la lumbre”
La experiencia en el hielo fue una dura prueba para Arnaldo. Tuvo que ser amparo y refugio para sus compañeros de misión.
Fue médico, dentista, psicólogo y hasta sacerdote, siempre imbuido en su carácter de hombre fuerte que no se permitía la menor desazón, ni un momento de desasosiego. Así, cuando su angustia por la lejanía de su familia y de sus cosas le apretaba el corazón, caminaba y caminaba por el hielo y lejos, para que sus compañeros no lo escucharan, lanzaba su grito tremebundo, imponente.
Cuando Arnaldo me confiaba esos instantes de suprema impotencia, de angustia, de inmediato recordaba yo aquel “Grito” de Edvard Much.
Se me dio por pensar que el grito primero, el original había sido el de mi Amigo.
Quisiera terminar parangonando a su tan amado Jorge Luis Borges y decir:
“A mí se me hace cuento que murió Arnaldo, lo juzgo eterno como la amistad y la nobleza”.
Andrea Mamianetti
“EL PRINCIPITO “
Vivía en la casa de Artigas, allá en Ballester. Tenía cuatro años, lo recuerdo muy bien, mi padre estaba por partir de expedición a la Antártida.
El clima en casa era triste, callado, mi último hermano hacía poco que había nacido, el otro apenas tenía un año menos que yo.
Estábamos en el patio, era de noche, no hacía ni calor ni frío; mi papá nos había leído El Principito, así que salimos a buscar la estrella, esa donde el Principito vivía, la que descubrió ese astrónomo turco, que cuando fue a París vestido de turco, nadie lo escuchó.
Ahí estaba, mi hermanito no decía nada, claro, aceptaba lo que yo decía; ESA, esa era la estrella!
Esa era la estrella que íbamos a compartir con mi papá hasta que regresara.
Al igual que aquel aviador, se iba a perder en un desierto, pero blanco.
“EL PRINCIPITO “
Vivía en la casa de Artigas, allá en Ballester. Tenía cuatro años, lo recuerdo muy bien, mi padre estaba por partir de expedición a la Antártida.
El clima en casa era triste, callado, mi último hermano hacía poco que había nacido, el otro apenas tenía un año menos que yo.
Estábamos en el patio, era de noche, no hacía ni calor ni frío; mi papá nos había leído El Principito, así que salimos a buscar la estrella, esa donde el Principito vivía, la que descubrió ese astrónomo turco, que cuando fue a París vestido de turco, nadie lo escuchó.
Ahí estaba, mi hermanito no decía nada, claro, aceptaba lo que yo decía; ESA, esa era la estrella!
Esa era la estrella que íbamos a compartir con mi papá hasta que regresara.
Al igual que aquel aviador, se iba a perder en un desierto, pero blanco.
N de la R.: Agradecemos la colaboración de Adrián Mamianetti, autor de estas notas, que reflejan cabalmente la emocionante noche que vivimos los vecinos.
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