Malvinas: Raquel Ugalde, la mamá de Morón que esperó 36 años para darle a su hijo la despedida que la guerra le había arrebatado

El soldado Daniel Alberto Ugalde fue vecino de Haedo en los 20 años que duró su vida. Su madre, próxima a cumplir 83 años, fue una de los familiares que viajaron al Cementerio de Darwin a rendirle el último adiós que le había prometido en 2009, cuando visitó las islas.
“Para mí fue cerrar un círculo”, expresó a Primer Plano On Line. Conocé también la historia de SOLDADO JOSÉ ANTONIO REYES LOBOS, el HÉROE DE CASTELAR.

Es domingo de Pascuas y la rutina familiar de Raquel Ugalde no se modifica. Interrumpe la comunicación involuntariamente porque el sonido de los aviones es, literalmente, ensordecedor. Se disculpa y retoma el diálogo. La emoción no se corta, porque el cronista de Primer Plano On Line está hablando con una parte de la historia grande de la Argentina. Una mujer que entregó a su hijo para defender el territorio, más allá de que su reflexión sobre la guerra sea que “es fácil declarar un conflicto bélico desde un sillón cuando el cuerpo lo ponen otros”.

La semana que termina quedará marcada a fuego en el corazón de esa mujer. Ella puede dar testimonio de lo que significa perder una parte de su vida, parte de sus entrañas, y encima a manos de un enemigo inventado desde algún escritorio. “En 2009 no había encontrado la tumba de mi hijo, y cuando salí del cementerio le prometí que le iba a devolver la identidad. Y creo que cumplí, por eso fue el cierre de una etapa que Dios me permitió”, expresa mientras otro vuelo se acerca a Aeroparque metropolitano, donde pasa la tarde junto a uno de sus hijos, una de sus nueras y dos de sus nietas.

Raquel viajó a Malvinas con Diego, su hijo menor, que tenía 12 años cuando Daniel fue a la guerra. Los Ugalde son de Haedo de toda la vida, y allí vivía el soldado junto a sus padres y dos hermanos menores. Según lo evoca su mamá, era “muy introvertido y no le gustaba estudiar”. Jugaba al tenis, andaba en bicicleta y su gran pasión era San Lorenzo.

“Me enteré de su muerte a la vuelta, cuando los responsables de su compañía nos lo dijeron al regreso de las islas. Nos habían avisado que estaba herido, y creo que fue para prepararnos”. En rigor, la información que recibió la familia es que sus superiores en el Ejército no sabían si los ingleses lo habían detenido o si permanecía escondido en el campo de batalla. “El día que lo despedí, el 10 de abril de 1982, siempre sentí que no lo volvería a ver”, rememora esa mujer que el próximo 1 de julio cumplirá 83 años.
Daniel Alberto Ugalde se incorporó al servicio militar el 5 de febrero de aquel fatídico año. Él se ofreció porque, como era mayor, a muchos de sus compañeros les dieron el permiso para volver a sus hogares, pero a la hora del retorno uno de ellos desertó. En las islas sirvió en la Compañía de Ingenieros de Combate 601. El 14 de junio, día de la rendición, cayó protegiendo desde la cima de una colina a sus compañeros, que bajaban la cuesta.

Ya ubicada en su casa de la calle Intendente Carrere, en Haedo, Raquel confiesa que su marido jamás pudo superar el dolor de la muerte de un hijo y, a los pocos años, enviudó. “Él murió de tristeza”, sintetiza. Hemiplejia, úlceras perforantes y demás dolencias fueron demasiado para un físico abatido por lo que significa perder algo para lo que ningún ser humano está preparado. Hace 22 años que Raquel perdió al padre de sus hijos. “El año pasado, en un nuevo aniversario, mi hijo del medio le escribió ‘viejo, la tristeza te llevó’, y realmente fue así”, dice la mujer que también tiene sus problemas de salud, y hace dos meses le tuvieron que colocar dos stents.

Hoy lunes Raquel, junto a varios familiares de los excombatientes, verá al presidente de la Nación, Mauricio Macri. Tal vez pueda explicarle su desilusión con el Estado argentino, que tanto la abandonó, ya que por estar mal hecho el trámite durante 12 años le retiraron el beneficio que perciben los veteranos o familiares directos. “Cuando la pude recuperar, por medio de abogados, me devolvieron sólo dos años de los casi 13 que me habían quitado”, reflexiona.


Con sus hijos vivos la situación es bien diferente. Con el del medio no se puede hablar de Malvinas, porque considera que su hermano murió en las islas, está enterrado allá y no quiere saber nada con eso. En cambio el otro, el más chico, es quien entregó la sangre junto a Raquel para hacer el cotejo de ADN y comprobar la identidad de sus restos. Su nieta, hija de Diego, lleva el nombre de Soledad, la isla donde está Daniel.

Desde hace más de dos décadas Raquel integra la Fundación ‘No me Olvides’, de Mar del Plata, que trabaja permanentemente por la memoria de los caídos en el combate. Muchos de los compañeros de Daniel la adoptaron como una suerte de mamá del grupo, y los acompaña en cuanta actividad realizan. En el cementerio de Darwin se colocaron placas con los nombres de los 90 caídos en combate, a los que se conocían como “Soldado Argentino Sólo Conocido por Dios”. Raquel estuvo allí, y pudo devolverle a su hijo la identidad que nunca perdió. Los familiares siguieron la celebración religiosa sentados en sillas dispuestas frente a las tumbas de sus seres queridos y otros directamente sentados sobre las piedras de la sepultura.

SOLDADO JOSÉ ANTONIO REYES LOBOS, HÉROE DE CASTELAR

José Antonio Reyes Lobos era el mayor de cinco hermanos, todos de Castelar sur, en el barrio San Juan. Estaba por quedar cesante del Servicio Militar, pero le retrasaron la baja para mandarlo a Malvinas. Había nacido en Capital Federal en octubre de 1960, aunque siempre vivió en Morón. En las islas su tarea fue defender la capital. Tenía debilidad por los alfajores de chocolate y le gustaba mucho tocar la guitarra. Su madre María Antonieta y su hermana María Cecilia sintieron exactamente lo mismo cuando se enteraron que José se iba a la guerra: “No vuelve nunca más”. Su madre fue a Malvinas cuatro veces. Dos de los hermanos de José viajaron hace una semana a dejar una flor en la tumba.


María Antonieta iba todas las semanas hasta La Tablada, destacamento desde donde había partido su hijo, pero nunca le daban una respuesta concreta sobre su paradero. Finalmente un día, un general de Infantería le dio la noticia: “Su hijo murió como un héroe”, le dijo. “¿Viste cuando esperas tanto una noticia que, cuando termina sucediendo, no podés entenderlo? Bueno, así fue el aviso de ese general”, explica María Antonieta. Después del aviso, la madre de José se arrodilló frente al portón de ingreso del destacamento, llorando desconsoladamente.

Fuente: Primer Plano

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