Marchas

Siempre es bueno que la gente se exprese. Está en la esencia misma del sistema democrático. Cualquier gobernante debería tener las ventanas abiertas a esos sonidos que emiten las multitudes. La política también es saber escuchar. La Argentina suele expresar sus tensiones políticas en las calles. Si no hay violencia, y por suerte no la hubo, puede verse como una señal de salud social.
Marzo tuvo gran intensidad en movilizaciones. Docentes, mujeres, activistas por los derechos humanos y trabajadores salieron a exponer sus reclamos. En la mayoría de los casos con críticas a las políticas oficiales.

El sábado pasado una multitud caminó para apoyar al gobierno nacional. Un detalle: dos días antes se había anunciado una suba generalizada en la tarifa del gas. La convocatoria, organizada por las redes sociales, potenciada por el activismo de la juventud del PRO (por cierto, militantes muy eficaces y convencidos) contó con el aval explícito de algunos periodistas que insisten con la idea de la existencia de un “plan desestabilizador”. La magnitud de la convocatoria sorprendió, incluso, a los propios funcionarios del gobierno que por temor a una concurrencia flaca esquivaron subirse a la convocatoria en los días previos.

Quedó claro que un sector activo de la población apoya a Mauricio Macri y no duda en salir a la calle a ratificarlo. Se reúnen detrás de su figura aunque sus planteos superan largamente la figura del Presidente. La marcha fue en defensa de la gestión pero también incluyó ataques a la oposición. Fueron recurrentes en la plaza de Mayo los insultos al kirchnerismo y, en especial, a Cristina Kirchner. Pero también la trasciende. El contenido de las consignas remitió al viejo anti peronismo que anida en un segmento de la sociedad. Ése que ve en el movimiento fundado por Juan Perón, al decir de Mario Vargas Llosa, “el origen de todos los males del país”. Gran parte del gabinete piensa igual que el escritor peruano. Jorge Triaca y Hernán Lombardi son sus exponentes más claros a la hora de expresarlo en los medios de comunicación.

Es cierto que en la marcha del 24 de Marzo, se cantaron consignas que equiparaban al gobierno de Cambiemos con la última dictadura militar. Un disparate que también se escuchó en la convocatoria de las dos CTA. Deslegitimar a un gobierno legítimo es una práctica autoritaria y cuestionable por donde se la mire. En especial si se hace en medio del planteo por Memoria, Verdad y Justicia y en el marco del repudio al golpe de 1976.

La sociedad sigue tan segmentada y enfrentada como hace dos años. Si sólo se tratara de una confrontación de ideas estaríamos ante una puja apasionante. Pero muchos de los discursos sólo transmiten rencor y desprecio. Sorprende que se insista en la negación del otro. Impera en el país una suerte de futbolización de la política. Ese cantito provocador de las hinchadas que se resume en “no existís/ vos no existís”. Marcas muy visibles en los exabruptos de Hebe de Bonafini, acusando a Estela de Carloto de traidora o prometiendo volar la Casa Rosada, y en el odio concentrado de Marcos Aguinis por los piqueteros, a los que llamó “ejército de ocupación” y enemigos a vencer, por tomar dos ejemplos.

En medio de esto, está Mauricio Macri. El presidente de la Nación asumió en diciembre de 2015 anunciando tres objetivos. Pobreza cero, luchar contra el narcotráfico y unir a los argentinos. Queda claro que sólo tiene vocación para encarar los dos primeros desafíos. Igual que a sus principales rivales políticos, la grieta le resulta conveniente y funcional.

En el atardecer del sábado celebró el apoyo que le estaban expresando en las calles de una manera muy particular. “Qué emocionante, no hubo ni colectivos ni choripán”, dijo. Asumió así las consignas de sus adherentes más furiosos. Aquí están los buenos, la parte sana de la sociedad, los que defienden “la república”. La unidad que imagina el Presidente se construye con los que piensan como él. “Los que están con el cambio”.

Según esta mirada, la marcha del sábado (calificada como “de la Democracia”) fue la única movilización noble y espontánea, la única que fue protagonizada por ciudadanos democráticos y comprometidos con el bienestar del país. Las otras, las que atravesaron marzo, fueron realizadas por militantes “rentados” y violentos que sólo quieren evitar el progreso de la Patria y tuvieron como único objetivo desestabilizar al gobierno.

El otro existe. Es parte indisoluble del cuerpo social. No hace falta acordar con sus ideas para comprenderlo. Para aceptar al que piensa distinto hay que poder visualizarlo. Ponerse en su lugar es un ejercicio inteligente y generoso. Para un dirigente político esa práctica debería ser una obligación cívica.

Aunque pueda proporcionar algún rédito electoral, seguir dividiendo a la sociedad entre buenos y malos; justos y villanos; ciudadanos y vagos; vecinos y piqueteros, es un juego estúpido y peligroso.

Reynaldo Sietecase para Periodistas.com

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