Una enfermedad llamada Patria

Detalles menores. "No dejemos que el odio amargue nuestras vidas", se lee en el best seller que conmueve a España y que, tal vez, sirva para pensar algunas cosas sobre Argentina.
¿Hay alguna razón política para que dos amigas de verdad, de toda la vida, se peleen y se odien para siempre? Esto es, dos mujeres que fueron íntimas desde pequeñas, que fueron tan íntimas que en algún momento estuvieron a punto de ingresar, juntas, a un convento, que luego se casaron, que sus maridos se hicieron a su vez, amigos entre sí, que sus hijos crecieron juntos. ¿Existe sobre la tierra algún motivo político para que, de repente, se empiezen a detestar y que una se transforme en el fantasma de la otra?

Exactamente ese es el tema de una novela que en los últimos meses ha conmovido a España, a punto tal de que figura primera en la lista de best sellers desde hace casi 40 semanas, todo un record. El libro se llama Patria, su autor es Fernando Aramburu y es una emotiva narración del desgarro que vivió el Pueblo Vasco alrededor de la guerra que ETA le declaró a España. Tal vez parezca extraño que una novela sobre hechos ocurridos tan lejos de aquí ocupe el tema de una columna política sobre Argentina. Pero la buena literatura suele generar un efecto espejo: trate de lo que trate, va de lo particular a lo universal, permite que un lector se identifique con algo que sucedió lejos, en el espacio o en el tiempo. En este caso, como se verá, no hay que esforzarse demasiado para entender las conexiones.

Uno de los méritos de Patria es que, en el fondo, tiene la estructura de un culebrón, que por momentos se lee como una telenovela. Bittori y Miren son los nombres de las dos amigas. Viven en uno de los tantísimos pequeños pueblos del país vasco. Son felices, un tanto conservadoras, disfrutan de su rutina aldeana. Hasta que la pasión que despierta ETA se instala en ese pueblo, en la juventud de ese pueblo, como en tantos otros. El destino quiere que el hijo de Miren, Joxe Mari, sea uno de los militantes más aguerridos del pueblo, casi el líder de ETA allí.

La decisión de Joxe Mari, en un primer momento, desacomoda a su madre, quien luego toma partido por su hijo y adhiere a su causa con más pasión maternal que razonamiento: es una fanática más. Joxe Mari escala en la organización y se integra a una célula militar. Mientras tanto, el marido de la otra amiga, que es un empresario, empieza a ser extorsionado por ETA: le piden que pague el impuesto revolucionario. Por una confusión, le exigen una suma que no puede pagar, Quiere negociar. No lo atienden. Aparecen pintadas amenazantes contra él en el pueblo. La familia empieza a ser aislada por los vecinos de siempre: los que temen quedar pegados, los que creen en ETA, los dejan siquiera de saludar. Finalmente, ETA asesina, en nombre de la Patria, al esposo de Miren. El hijo de una de las amigas es dirigente de ETA. ETA asesina al marido de la otra. La relación está rota. Luego, el hijo de la primera es detenido y recibe una extensa condena en una cárcel remota. Otro elemento que acrecienta el rencor.

La novela arranca el día en que ETA decide abandonar las armas. En ese momento, Bittori, la viuda del empresario asesinado, vivía en San Sebastián. Se había tenido que ir de su pueblo, donde nadie le dirigía la palabra, porque ETA había asesinado a su esposo. Ella odiaba, despreciaba a todo el pueblo que la había dejado sola, por miedo, por complicidad, por fanatismo. El marido no había hecho nada salvo ser señalado y, luego, asesinado. Entonces, se fue. Pero el día en que ETA baja las armas decide volver. Se toma un colectivo. Baja antes de entrar al pueblo para no cruzarse con nadie. Y, a pie, después de muchos años, vuelve. Enciende una luz interior de su vieja casa. Sube una persiana para que se filtre hacia afuera, y espera a que los demás se enteren
Allí empieza el culebrón.

¿Qué pasará ahora que volvió esa mujer temida, maldecida, odiada, ese fantasma, que a su vez avergüenza a quienes crecieron con ella, es una muestra viva de los propios pecados de todo un pueblo?
Patria recorre una serie de temas que comunes para los argentinos en las últimas décadas: las ansias de Justicia, el rencor, las personas que, por los motivos que fueren, se sienten dueñas de la verdad y de una superioridad moral casi absoluta sobre quienes no comparten esa verdad, el remordimiento y, finalmente, la posibilidad de dar o pedir perdón, es decir, la piedad. En ese recorrido, los dos bandos de la grieta, por momentos se desdibujan, porque existen personajes entrañables que, mientras las personas buenas se vuelven malas, las amables se vuelven duras, las amigas se enemistan, mientras todo eso pasa, hay otros que, en silencio, con creatividad, con inteligencia mantienen vínculos que atraviesan las trincheras. Son pequeños gestos, casi imperceptibles, pero de una luz conmovedora.

Se podrían forzar comparaciones. ETA es una organización que logra un prestigio social enorme gracias a su valiente combate armado contra una dictadura. Pero luego se aísla cuando decide no bajar las armas al regreso de la democracia. Sus integrantes se consideraban los dueños de la Patria y, por lo tanto, acusaban de traidores y vendepatrias a quienes disentían con ellos. Pero las similitudes son mucho menos que las diferencias que hay con cualquier proceso argentino. De todos modos, cualquiera que viva aquí podrá descubrir, al leer Patria, cierta familiaridad con los rictus del fanatismo, y las marcas que deja la batalla política cuando se la lleva a extremos, cuando adquiere rasgos mesiánicos, un tanto religiosos: cómo todo se pervierte, se degrada.

Uno de los tantos pasajes conmovedores de la novela transcurre en una prisión, cuando Joxe Mari, el líder de ETA detenido, con el correr de los años, empieza a preguntarse si todo lo que hizo, si todo aquello que entregó de sí mismo, tuvo sentido: matar, soportar la tortura, la muerte de compañeros y lo que vino con ello. Lentamente, se acerca a la conclusión dolorosa e inexorable, la de cualquier lector ajeno al conflicto: que no, que no tuvo sentido, que solo causó dolor, que perdió la juventud, que las mejores causas no pueden ser defendidas de las peores maneras, y se empieza a humanizar, si es que ese verbo significa comprender que otros seres humanos tienen los mismos derechos que él, y merecen ser respetados, y no mercen ser asesinados.

Patria desborda de personajes inolvidables, pero tal vez el más emotivo de todos sea el de Arantxa, hija de Miren, hermana del soldado de la ETA, que en medio de todos estos pesares, sufre un ACV y queda postrada, en una silla de ruedas, casi sin poder hablar. Con ayuda de un Ipad, y de una empleada doméstica que la entiende como nadie, ella se encarga de unir lo que estaba desunido, ayudar a que cada cual empiece a ablandar el dolor, el odio, el rencor, a vincular a los distintos actores de este drama.
Como todo buen culebrón, Patria conmueve hasta las lágrimas.

Luego de terminarlo, da ganas de saber más sobre el conflicto vasco, de mirar, por ejemplo, el documental La Pelota Vasca, donde cada cual defiende sus convicciones, pero a todos se les nota el dolor, el miedo, los efectos de una lucha que literalmente los desangró.

Está claro que las historias no tienen moraleja o que, al menos, no tiene demasiado sentido enunciarlas. O se desprenden de ellas, y entonces sobran. O no se desprenden, y entonces también sobran. Pero hay una hermosa frase, que le dice a su madre viuda, un joven que acaba de quedar huérfano: "No dejemos que el odio amargue nuestras vidas".
Lo dice así:
"De nuevo se topó con Xavier, mucho más jóven, en el pasillo, diciéndole con ojos llorosos aquellos de ama, no dejemos que el odio amargue nuestras vidas, nos haga pequeños, o algo por el estilo, ya no lo recordaba con exactitud. Y su despecho en aquel mismo lugar hace ya tantos años:
- Ah, pues nada, vamos a cantar y bailar.
- Por favor, ama, no abras más la herida. Tenemos que hacer un esfuerzo para que todo esto que ha pasado...
Lo interumpió:
- Perdona, que nos han hecho.
- Que todo esto no nos haga malas personas".

Por Ernesto Tenembaum para revista Veintitres

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