Se cumplen 60 años del bombardeo a Plaza de Mayo

La consagración de Perón para un segundo mandato en las elecciones nacionales de 1951 demostró que el peronismo era imbatible en las urnas.
Fue entonces que la reacción oligárquica decidió que había un solo camino para derrotar al régimen: un golpe cívico militar. Paso a paso fueron organizando la oposición y aprovecharon cada error que el peronismo cometía desde el poder.

El país estaba dividido entre peronistas y antiperonistas. Eran momentos difíciles para la revolución que aparecia “cansada” después de gobernar con firmeza desde 1945. La oposción había sumado a la Iglesia en 1955 a su cruzada para derrocar a Perón. Los obispos utilizaban sus púlpitos para criticar ferozmente al gobierno y muchos jóvenes de Acción Católica formaban comandos civiles que realizaban atentados con bombas de regular intensidad.

A principios de junio la Iglesia pidió autorización para organizar la procesión de Corpus Christi por las calles de Buenos Aires. El gobierno la prohibió pero la Iglesia decidió hacerla el día 11 dentro de la Catedral metropolitana. Ese día se reunió una multitud que llenó la Plaza de Mayo, donde se podía encontrar además de católicos, socialistas y comunistas que olvidaron su ateísmo y gritaron ‘Cristo Vence’ agitando pañuelos blancos. Al terminar el acto religioso una columna importante marchó hacia el Congreso y produjo algunos incidentes con la policía con acusaciones cruzadas por el incendio de una bandera argentina. Perón decidió encarcelar y expulsar inmediatamente del país al obispo Tato y a monseñor Novoa como responsables de las provocaciones del 11 de junio.

El éxito de la marcha religiosa terminó de convencer a la Marina que había que asesinar a Perón. La sublevación fue encabezada por el contralmirante Samuel Toranzo Calderón y el vicealmirante Benjamín Gargiulo con el apoyo del ministro Aníbal Olivieri. Planificaron bombardear la Casa Rosada el día 16 de junio de 1955.

Perón contó que esa mañana amaneció nublado: “Como de costumbre, me levanté a las cinco de la mañana y a las seis y quince llegué a mi despacho de la Casa de Gobierno. A las siete concedí una audiencia al embajador de los Estados Unidos, mister Nuffer y a las ocho me reuní con el ministro del Ejército, general Franklin Lucero. Él me enteró de sus inquietudes en la Marina y me pidió que me trasladara al Ministerio del Ejército. A las 9,30 me informaron que el aeródromo de Ezeiza había sido tomado por aviones sublevados, entonces decidí ir al Ministerio”.

A las 10 horas comenzó el bombardeo sobre la Casa Rosada donde se arrojaron más de 100 bombas, muchas de las cuales no explotaron, al mismo tiempo que el Batallón de Marina abría fuego y atacaba la Casa de Gobierno.

Muchas de las bombas cayeron sobre Plaza de Mayo y cientos de trabajadores, empleados públicos, mujeres y niños fueron masacrados. El gobierno no quiso dar las cifras de las víctimas, pero los datos extraoficiales hablan de más de 400 muertos, incluido un número muy alto de niños que visitaban la histórica plaza. Las sirenas de las ambulancias no se apagaron por varias horas y podían observarse decenas de vehículos destruidos por las bombas y sangre en toda la plaza.

Por la tarde, el ministerio de Marina era rodeado por fuerzas leales y el almirante Benjamín Gargiulo, jefe del motín, se suicidaba en su despacho. Los aviones, luego de haber descargado sus bombas y balas asesinas, huyeron cobardemente hacia el Uruguay.

Hacia la noche una multitud de trabajadores enfurecidos se concentraron en Plaza de Mayo. De allí grupos de militantes, ante la indiferencia de la policía, asaltaron y quemaron la Curia, los templos de Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio, la Merced y San Nicolás de Bari.

Pocos meses después, Perón sería derrocado y partiría al exilio. Los trabajadores lucharían por casi dos décadas para que puede retornar al país.

Por Alfredo Silletta para Diagonales

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