Tensiones en el mercado cambiario

Los especialistas afirman que lo que está en juego va más allá del precio del dólar y lo definen como una pelea para tratar de imponer distintos modelos de país. Críticas a los sectores de izquierda que ven la puja como un problema del Gobierno.

Por Ricardo Aronskind *

CRBR004891La batalla de fondo

En los últimos años la vieja tradición argentina de la especulación y el rentismo obtuvo un triunfo instalando en la vida diaria de los argentinos al “dólar blue”, como si se tratara de un indicador muy relevante en torno del cual deben estructurarse las principales decisiones económicas. Contó para ello con un gigantesco aparato mediático que opera en un contexto social-cultural-ideológico neoliberal. Pareciera que la lucidez no es un dato que caracteriza a importantes sectores locales, cuyo comportamiento oscila entre la rapiña y la reacción de manada.

Las reservas del Banco Central, un valioso reaseguro para la autonomía estatal que supo construir Néstor Kirchner, han estado sometidas a un proceso de fuerte presión, tanto por defectos de la estructura productiva argentina como por la aversión a la inversión productiva y la adicción a la fuga de capitales de numerosos actores locales y extranjeros. Además, parte de las reservas se fueron debido a los pagos de la deuda externa generada en los anteriores gobiernos neoliberales. De continuar la evaporación de las reservas del Central se pondría al Gobierno en una situación similar a la de Alfonsín de comienzos de 1989: carencia de recursos para controlar el tipo de cambio, lo que permitiría que poderosos intereses privados detonen una hiperinflación.

Si bien en el mediano y largo plazo la respuesta a tensiones cambiarias no extremas –como es el caso argentino– es el mejoramiento del perfil exportador, la sustitución genuina de importaciones y el acceso al crédito internacional con fines productivos, en el corto plazo se debía enfrentar la situación, que tiene un altísimo componente político.

Era necesario quebrar la burbuja especulativa –verdadera expresión de la política por otros medios– que es utilizada a su vez para crear un clima de descalabro, descontrol y aceleración de los diversos precios de la economía, buscando un desmadre institucional. La rápida suba del dólar oficial lo acercó a valores de menor vulnerabilidad frente a las presiones especulativas del “mercado”. El posterior anuncio de la venta de dólares oficiales para atesoramiento quitará buena parte del impulso timbero del dólar blue y sus sucedáneos, al canalizar fondos bien habidos por la vía oficial.

El Gobierno hace una apuesta fuerte porque deberá estar dispuesto a perder una fracción de las reservas hasta que pase la actual fiebre del dólar, que mezcla incitación, precaución y especulación. Seguramente las autoridades estarán trabajando en despejar un conjunto de factores que permitan fortalecer las reservas y mejorar la provisión de divisas al mercado local. Es muy probable que el Gobierno logre quebrar el festival mediático-especulativo. Sin embargo, la gran batalla se dará en el terreno de los precios: no faltan precedentes de comportamientos abusivos, prácticas colusivas, o simplemente remarcaciones “para cubrirse” por parte de diversas fracciones empresarias. Si en vez de aumentar precios según los incrementos de costos, lo hacen según la evolución del dólar y “un poquito más”, aparece el riesgo de erosión del salario real, aumento de la conflictividad social y evaporación del efecto “competitividad” que puede tener la reciente devaluación. Se equivocan quienes desde el sindicalismo y la izquierda ven –con algarabía– la cuestión como un problema del Gobierno. Se trata de otra batalla entre un capitalismo cortoplacista e irresponsable y los intereses de las mayorías nacionales.

Si no se logra resolver un problema de equilibrios macroeconómicos mediante consensos políticos y sociales razonables, el liberalismo conservador podrá decir que es el único que sabe manejar la inflación. No dice que lo logra arrasando el aparato productivo y el empleo. Lamentablemente, ha logrado instalar en la cabeza de las víctimas que el único problema relevante es la inflación y la libertad cambiaria.

La reciente exhibición de poder político-cultural del capital más especulativo (ya sea financiero, agrario, industrial o comercial) sumió a las mayorías en el temor, a los sectores realmente productivos en la incertidumbre y distrajo a los funcionarios de sus tareas para enfrentar el festival de los especuladores. Esto debería promover una reflexión sobre la necesidad de cambios institucionales que pongan a la sociedad a permanente resguardo de las maniobras de los extorsionadores, salteadores y depredadores privados.

Lo que se está jugando en nuestro país es el mantenimiento de una política autónoma de las imposiciones de la globalización versus la “reconducción” de la Argentina al redil de la división internacional del trabajo: exportación de materias primas escasamente elaboradas, re endeudamiento generalizado, desmantelamiento productivo y aguda fractura social.

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