EL CIUDADANO INERME

La sociedad argentina tiene numerosos escenarios con características propias, que coexisten en este tiempo y en tan variada geografía.
El habitante del Impenetrable chaqueño, por ejemplo, que está integrado al capitalismo como el último eslabón en la producción de postes y leña extraída del monte.
 
Escrito por Enrique Mario Martinez
En tanto sujeto económico, es la evidencia de la dependencia y el sometimiento a la explotación más agudas. Extrae la madera, pero su falta de capital para transportarla o acopiarla hace que dependa de intermediarios estables, que se limitan a pasar periódicamente y pagar lo que les viene en gana, sin ninguna pizca de equidad.
Sin embargo, y justamente por esa falta de ingresos a lo largo de generaciones, la relación de ese campesino con el medio es precapitalista. Vale decir: buscando la subsistencia, todo lo que compone su vivienda, sus muebles, sus corrales, su suministro de agua, ha sido hecho, reparado, modificado por sus propias manos. Las lluvias de verano le ayudan a tener maíz, sandías y melones. Carnear periódicamente un novillo es justificación para juntarse con vecinos tan ocultos como él en el monte y repartir la carne, situación que se repetirá rotando de casa en casa cada tanto.
Decenas de plantas tienen usos medicinales, conocidos por todos los locales. Muy pocos de esos usos son de efectos dudosos – los destinados a los estados de ánimos – , porque el resfrío o el dolor de estómago seguro se curan con la receta de siglos.

Todo lo que el pensamiento concreto puede resolver, vinculando una acción con su efecto directo, el hachero lo puede hacer. Ese es justamente su límite: no domina el pensamiento abstracto, toda la metodología sobre la cual se ha basado el conocimiento científico y el consiguiente desarrollo tecnológico. Otros lo dominan y lo han aplicado a resolver problemas y a aumentar la productividad de escenarios que no son el del contacto del hachero con su hábitat, son las amplias avenidas de la producción moderna de bienes masivos. Solo pequeños grupos de verdaderos sacerdotes del conocimiento se aplican a desarrollar y transferir tecnología para hacer un pozo manual de agua mas seguro y eficiente o a aumentar la productividad del hilado de lana artesanal.
Hay entonces dos tenazas que aprietan la calidad de vida de un hachero: la explotación en la cadena de valor y su forma de relacionarse con el medio altamente autosuficiente, pero de muy baja eficiencia técnica, al menos en muchas facetas de su vida diaria.

En el otro extremo del territorio está el habitante de las grandes ciudades. Económicamente, el ciudadano urbano medio está integrado al capitalismo globalizado, con una enorme variedad de formas y jerarquías. Hay sin embargo, un denominador común: valoriza su vida por el dinero que dispone. Con él compra desde su vivienda hasta su subsistencia diaria.
El ciudadano urbano medio es consumidor de una gama de provisiones, que en parte elije y en parte recibe como bien público. La energía eléctrica, el agua, las formas de transporte público, los medios de comunicación, son totalmente determinados por el Estado o por terceros o a lo sumo hay un pequeño margen de opciones. El ciudadano es – reitero – un consumidor. La proporción de bienes que conforman su hábitat en cuya manufactura interviene en forma directa es cercana a cero, todo lo contrario del hachero.

Esta separación entre los individuos y la manufactura de los bienes que usan es propia de la lógica capitalista y ha sido analizada exhaustivamente en los últimos 150 años. Sin embargo, es menor la claridad con que entendemos como piensa el ciudadano urbano a raíz de esa separación.
El pensamiento concreto lo aplica cotidianamente, con intensidad, pero de una manera bien diferente del hachero. En efecto, un habitante de la ciudad aprende infinitas rutinas, que en ningún caso define. Desde como sacar un boleto de colectivo, hasta operar el último juego informático, aprende manuales de uso explícito o implícito y los utiliza. Sugiero recorrer un día normal de cada uno de nosotros y advertir la enorme cantidad de cosas que se hacen “porque así deben ser”, porque la máquina, la organización, o el recetario lo definen y nosotros simplemente lo ejecutamos.

El conocimiento abstracto, por su parte, el que permite formular las explicaciones propias vinculadas a los distintos aspectos del hábitat, forma parte de la currícula formal de la enseñanza institucional. Sin embargo, la evolución del capitalismo globalizado, con su incesante división de saberes en pequeños nichos, se ha encargado de asignar ese atributo a pequeñas élites, que son las encargadas de pensar, diseñar y construir todo lo que nos rodea y usamos. Para el ciudadano medio queda entonces una brecha enorme entre el saber y el hacer, porque no tiene espacios para ejercer el conocimiento abstracto o entre el ambiente y su comprensión de los fenómenos más elementales, porque no tiene el vínculo con la naturaleza que tiene el hachero utilizado como referencia.

Cualquiera sea la habilidad con que niños y adultos se embarcan en el uso de la informática, con sus reglas implícitas que se encargan de descubrir, es habitual que esas mismas personas puedan opinar que la vaca se diferencia del toro en que tiene o no tiene cuernos. Sería interesante hacer una encuesta masiva entre jóvenes usuarios de Ipad, para que definan la categoría “novillo” vacuno, por ejemplo.
En esa condición de singular analfabetismo técnico transita buena parte de la ciudadanía y se cruza con los accidentes o en algunos casos dramas de la vida en las grandes ciudades. Sin ir más lejos, la crisis de provisión de energía de fin de diciembre 2013.

Queda del todo claro que el concepto de concesión o cualquier otra forma de administración privada de un servicio público es inviable y debe ser estructuralmente reemplazado por una administración comunitaria, donde el Estado tenga el rol central y donde los trabajadores y consumidores de cada sistema tengan intensa participación en todo nivel.
Pero creo que no queda igualmente claro, a partir de lo sucedido, que el ciudadano medio ignora hechos físicos elementales de su entorno, que lo convierten en un prisionero de decisiones que otros deben tomar. Ese compatriota no solo ha perdido la autonomía, sino hasta la capacidad de pelear por una vida mejor cuando aquellos que lo determinan cumplen mal con su responsabilidad.

Aún más grave que eso: las dirigencias políticas o administrativas de numerosos ámbitos comparten esa ignorancia, esa incapacidad de aprehender el entorno y actuar sobre él, con lo cual no pueden aportan ayudas ni soluciones en momentos de crisis.
Dos ejemplos elementales del pasado reciente.
Un caso: La recomendación de Mauricio Macri a los consorcios de edificios de contar con grupos electrógenos para autonomizar el suministro. No solo se trata de una propuesta ineficiente desde el costo y altamente contaminadora por el ruido y los gases de combustión, sino que es peligrosa en cuanto a que no puede ser operada sin conocimiento técnico avanzado. A cuadra y media de mi domicilio, un consorcio tomó la sugerencia, con el resultado que al no desconectar el grupo cuando se recuperó la provisión de red, destruyeron el tablero de entrada al edificio y además dejaron sin energía por varios días a más de tres manzanas.

Segundo caso: Al no contar con energía, un edificio de varios pisos se queda sin agua porque no se puede subir el fluido al tanque.
Un encargado de edificio, seguramente dueño de una cuota mayor de pensamiento concreto independiente, conectó un pequeño grupo electrógeno a la bomba de agua y con eso eliminó el problema. Se constituyó así en nota para la televisión, con insólitas preguntas del reportero, que mostraban que no entendía lo más elemental del tema. Ni aún con este ejemplo, aparecieron grupos de vecinos, y lo que es mucho peor Aysa, que advirtieran que un pequeño grupo electrógeno carga el tanque de un edificio medio en 2 a 3 Horas y que por lo tanto, con un grupo rotando por manzana, nadie tendría faltante de agua. En cambio, Aysa repartió bidones de agua, cuando – reitero – el agua estaba en la planta baja de todos los edificios.

Esta inadmisible situación no es fruto de funcionarios estúpidos o indolentes y consumidores que no se agrupan para reclamar. Es, ante todo, fruto de la evaporación – no se me ocurre término más categórico – del vínculo entre los problemas físicos del entorno y la capacidad de los ciudadanos medios para interpretarlos, como consecuencia de varias generaciones de un capitalismo concentrador y manipulador, que consigue convertir en autómatas a millones de personas.
Cualquier proyecto popular debe asumir, definitivamente, que tenemos problemas en al menos dos grandes dimensiones:

. Una primera, más trajinada, que es la económica, con sus inequidades e ineficiencias derivadas de colocar al lucro como objetivo superior de cualquier actividad productiva.
. Una segunda, vinculada fuertemente con la anterior, que es la pérdida de capacidad de interpretar el entorno físico, lo cual deja paradójicamente en mejores condiciones de supervivencia a quienes viven en términos precapitalistas, que a aquellos que se han integrado de pleno como engranajes de las urbes globalizadas.
Las dos facetas se realimentan con fuerza y solo la formación ciudadana, la participación, el respeto por los saberes básicos y la convicción de que puede y debe haber un mundo mejor que el piquete reclamando “la luz”, nos permitirán salir adelante.

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