Vino desde Barcelona por amor, y hoy se despide con el corazón partido

En 2003 viajó de España a la Argentina por amor. Tuvo un hijo, pero la pareja no duró. Luego se enamoró de Buenos Aires, que la contuvo en el barrio de Colegiales. Hoy se despide, pero por otro amor.

LA CARTA 

Hace ya más de 15 años que hice el viaje inverso al de muchos argentinos, que por aquel entonces emigraban a España. En estas mismas páginas expliqué, hace ya bastante, por qué vine a vivir a Buenos Aires y parafraseando el dicho “el amor mueve montañas”, movió a una catalana de Barcelona a Buenos Aires. El amor, de pareja, no duró. Pero sí el cariño y la determinación, la mía, de que mi hijo creciera cerca de su padre. Así que mi hijo catalán, fruto del amor que me trajo, cumplió su mayoría de edad en este lado del Atlántico. En definitiva, y para “hacerla corta”, como dicen por aquí, mi aventura porteña siguió hasta que, y “de repente”, pasaron más de quince años, casi, y según mi DNI de residente permanente, 16.

Anna y Lucas, su hijo, en un Día de la Madre.

No hace falta decir que ya ni soy de allí, y tampoco soy de aquí. Que cuando hablo, aquí en Buenos Aires, me dicen que les encanta mi acento, y que cuando hablo allí, en Barcelona, se sonríen por mi tonada porteña y por los modismos que uso, porque dicho sea de paso, me encantan las palabras en lunfardo. Que cuando estoy aquí, extraño algo de allí, y cuando vuelvo allí, extraño algo de aquí. Que ya no estoy completa en ningún lugar, y que descubrí la piedra filosofal que uno puede ser de tantos lugares como alcance a conocer con su corazón. Que nacer en una u otra orilla del Atlántico no es más que una casualidad concatenada con muchas otras, y que uno, una, “no es de donde nace, sino de donde pace”.

Recuerdo que en otra carta publicada expliqué mi emoción cuando en una de mis visitas a Barcelona, y viajando en tren, escuché los acordes de “La Cumparsita”, interpretada por unos jóvenes argentinos dentro del vagón. En aquella ocasión expresé, y hoy lo reitero, que mi corazón ya está definitivamente partido. De hecho, aquella carta se llamó “Corazón partido”. Sólo el que no ha tomado distancia de su propio lugar de origen se ve beneficiado de la ausencia de saudade (palabra que adoro), pero impedido de la bendita perspectiva del mundo.


Estas y otras cosas me he ido diciendo durante todos estos más de quince años, y la verdad que son ciertas. No es que haya sido fácil, porque emigrar no lo es. Pero hoy, y sobre todo hace unos meses, cuando asistí a la entrega de diplomas de mi hijo, agradecí haber sido capaz de elegir lo que elegí. Recuerdo que mientras veía su felicidad y hacía fuerza por no llorar, me dije: ¡Qué buena elección que hice! ¡Qué suerte que la vida me dio la posibilidad de elegir a Buenos Aires como mi hogar!

Hoy, sé, con toda la convicción que los hechos y sus consecuencias muestran, que para mí Buenos Aires ha sido el mejor lugar del mundo para vivir, y sobre todo para ver crecer y desarrollarse a mi hijo, un adolescente que hoy, creo, es un porteño catalán que tendrá el mundo por Patria.

Sin embargo, y como la vida siempre te puede dar alguna que otra sorpresa, mi hijo, el porteño catalán, me planteó por cuestiones varias su deseo de estudiar en su Barcelona natal, motivo por el cual, en breve, y después de tantos años, volveremos a residir allí. Lucas, el porteño catalán, como lo llamaba su abuelo argentino, mientras entonaba algún que otro tango, desea ser desarrollador de videojuegos y al parecer Barcelona es ahora un buen lugar para ello.

Anna y Lucas, su hijo, paseando por Caminito, en La Boca.

En apenas dos meses estaré volando a la “Madre Patria”, esta vez sin billete de vuelta y juro que nunca que creí que eso, volver, me provocaría sentimientos tan encontrados. Por un lado, la felicidad de un retorno esperado y, por otro, la tristeza de la separación, porque “las callecitas de Buenos Aires tienen ese no sé qué” que atrapan, y doy fe que el argentino en general y el porteño en particular, es uno de las personas más “amigueras” del mundo. Y aunque sé que no perderé a todos los que hice en este lado del Atlántico, igual que no perdí a los del otro. ¡La pucha que los voy a extrañar!

De todos modos, mi periplo en esta fantástica ciudad me lleva a estar agradecida en el alma por haber podido vivir aquí, a saber que siempre voy a amar Buenos Aires y su gente, que soy porteña de adopción porque quiero serlo, y que, espero, deseo y estoy convencida de ello, voy a volver aquí todas las veces que me sea posible, y más.

¡Buenos Aires, Argentina, ... gracias, totales!

Anna Quero para Clarín

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