Una jornada de furia periodística en medio del Día de la Libertad de Prensa.
El 3 de mayo de 2018 se conmemoró, como cada año, el Día Internacional de la Libertad de Prensa. Y el 3 de mayo de 2018 la economía argentina se sacudió por una subida de la cotización del dólar del 8% en una jornada.
Por Nicolás Lucca para Revista Noticias
¿Qué tienen en común ambas informaciones?
Los medios, algunos, puntualmente, que jugaron a agitar fantasmas institucionales. Roberto Navarro, el histriónico periodista que fue desvinculado del canal de cable C5N tras una larga pelea interna con las autoridades del canal, pidió públicamente la renuncia del presidente de la Nación, Mauricio Macri.
La mención de Navarro fue realizada a través de su cuenta personal en Twitter. En dicha red social generó reacciones dispares, propias de este país eternamente polarizado, entre los que se sumaron a su ola y quienes hacían cola para contestarle. Pero entre todo lo generado por el comentario, hay un dato que no es menor: no se recuerda a ningún periodista, por mayor estirpe antikirchnerista que porte, que haya pedido de manera pública la renuncia de Cristina Fernández de Kirchner durante los ocho años que gobernó. Pero a Navarro al menos se le puede reconocer la honestidad brutal de decir públicamente lo que cree. Otros medios ayer se pusieron a jugar con todos los clichés que encontraron en el baúl de los lugares comunes: Mauricio Macri se retira de la Casa Rosada –su lugar de trabajo– rumbo a la Quinta de Olivos –su lugar de residencia– en el helicóptero presidencial –su medio de transporte–. Motivo de sobra para que C5N tomara la partida del Presidente y le agregara un zócalo con la leyenda “Macri se fue de Casa Rosada”. Inocente en cualquier otro contexto. Cuanto menos cuestionable con un helicóptero de fondo mientras pasan horas machacando que el país se va al tacho y citando a la Revista Forbes. Sí, a la revista Forbes, ese faro del periodismo económico al que ningunearon durante toda la batalla contra los holdouts que tuvo a Axel Kicillof sumando millas de tanto viaje a Nueva York.
La mención de Navarro fue realizada a través de su cuenta personal en Twitter. En dicha red social generó reacciones dispares, propias de este país eternamente polarizado, entre los que se sumaron a su ola y quienes hacían cola para contestarle. Pero entre todo lo generado por el comentario, hay un dato que no es menor: no se recuerda a ningún periodista, por mayor estirpe antikirchnerista que porte, que haya pedido de manera pública la renuncia de Cristina Fernández de Kirchner durante los ocho años que gobernó. Pero a Navarro al menos se le puede reconocer la honestidad brutal de decir públicamente lo que cree. Otros medios ayer se pusieron a jugar con todos los clichés que encontraron en el baúl de los lugares comunes: Mauricio Macri se retira de la Casa Rosada –su lugar de trabajo– rumbo a la Quinta de Olivos –su lugar de residencia– en el helicóptero presidencial –su medio de transporte–. Motivo de sobra para que C5N tomara la partida del Presidente y le agregara un zócalo con la leyenda “Macri se fue de Casa Rosada”. Inocente en cualquier otro contexto. Cuanto menos cuestionable con un helicóptero de fondo mientras pasan horas machacando que el país se va al tacho y citando a la Revista Forbes. Sí, a la revista Forbes, ese faro del periodismo económico al que ningunearon durante toda la batalla contra los holdouts que tuvo a Axel Kicillof sumando millas de tanto viaje a Nueva York.
Crónica TV, por su parte, quiso ser original y fiel a su estilo al mismo tiempo. Cumplió en parte: fue tremendista, sensacionalista, exagerado y deshonesto intelectualmente. Y además llegó tarde con su placa “Se va Macri” en tamaño gigante con el helicóptero elevándose de fondo. Nobleza obliga: conscientes de su exageración (o al menos de la reacción) borraron las evidencias del exabrupto.
¿Qué fue lo que pasó ayer para tamaña información sanguínea? Subió el dólar. Nos molestó, nos dolió, nos benefició, nos importó tres carajos, no viene al caso la reacción ya que la noticia era que subió el dólar. Repito: subió el dólar.
Recuerdo que durante las marchas de protesta contra el kirchnerismo nunca faltaba el que gritaba “andate Cristina”, o el que llevaba carteles directamente proponiendo la solución capital. Pero, repito, no recuerdo que lo dijera un periodista en cumplimiento del deber.
Puede que por cuestiones de edades, algunos periodistas jóvenes se mueran de ganas de revivir momentos como el 2001 para sentir que tienen un laurel encima, pero no hay nada menos romántico que la tragedia social a la que se vio arrastrada el país tras una crisis económica y un colapso político. En serio: no hay nada romántico en eso. Salvo que crean que existe algo de épica en desfiles eternos de personas que golpean las puertas de los bancos, en los muertos que se desparraman por las calles, en las mareas de cartoneros que aparecieron de una semana para la otra. Porque, si no se las contaron y no las vieron ni buscando en el teléfono inteligente, pasaron muchas cosas gravísimas antes de que Fernando De La Rúa se subiera al helicóptero en 2001, una imagen que también recordó a la partida de María Estela Martínez de Perón en la madrugada del 24 de marzo de 1976. Ningún presidente que se fue de su mandato lo hizo porque lo insultaron en redes sociales, o porque le pintaron un graffiti o porque subió el dólar. Fueron crisis terminales con una tremenda culpa oficialista por incapacidad y, obviamente, fogoneada por los tiburones de las crisis, esos que huelen una gota de sangre a kilómetros de distancia y ya están dispuestos “a poner el hombro para sacar el país adelante”.
Si eso es lo que consideran como deseable de vivir, pueden charlarlo en terapia y dejar que el resto de la sociedad prosiga en su camino republicano y democrático, donde a los presidentes se los vota para que cumplan su mandato, me guste o no me guste. Me caiga bien, mal, muy bien o peor.
Incluso aunque se tratara de un gobierno patético, de esos que nos genera escozor a diario –cada uno tendrá su percepción– nunca hay nada peor que una interrupción de mandato. Institucionalmente, siempre es peor. Siempre. Que los más pibes no lo quieran ver, es una cosa. Que mis contemporáneos no lo quieran recordar, es otra.
Pero que la agitación provenga de señores que peinarían canas si no abusaran de la tintura, es cuanto menos curioso. No por coincidir o no con sus apreciaciones. Sino porque quienes vivieron Golpes de Estado, alzamientos militares, copamientos de regimientos, entregas adelantadas de mandatos y cinco presidentes en una semana, deberían saber más que nadie el caos disparado cada vez que tiramos por la ventana a la Constitución Nacional.
Recuerdo que durante las marchas de protesta contra el kirchnerismo nunca faltaba el que gritaba “andate Cristina”, o el que llevaba carteles directamente proponiendo la solución capital. Pero, repito, no recuerdo que lo dijera un periodista en cumplimiento del deber.
Puede que por cuestiones de edades, algunos periodistas jóvenes se mueran de ganas de revivir momentos como el 2001 para sentir que tienen un laurel encima, pero no hay nada menos romántico que la tragedia social a la que se vio arrastrada el país tras una crisis económica y un colapso político. En serio: no hay nada romántico en eso. Salvo que crean que existe algo de épica en desfiles eternos de personas que golpean las puertas de los bancos, en los muertos que se desparraman por las calles, en las mareas de cartoneros que aparecieron de una semana para la otra. Porque, si no se las contaron y no las vieron ni buscando en el teléfono inteligente, pasaron muchas cosas gravísimas antes de que Fernando De La Rúa se subiera al helicóptero en 2001, una imagen que también recordó a la partida de María Estela Martínez de Perón en la madrugada del 24 de marzo de 1976. Ningún presidente que se fue de su mandato lo hizo porque lo insultaron en redes sociales, o porque le pintaron un graffiti o porque subió el dólar. Fueron crisis terminales con una tremenda culpa oficialista por incapacidad y, obviamente, fogoneada por los tiburones de las crisis, esos que huelen una gota de sangre a kilómetros de distancia y ya están dispuestos “a poner el hombro para sacar el país adelante”.
Si eso es lo que consideran como deseable de vivir, pueden charlarlo en terapia y dejar que el resto de la sociedad prosiga en su camino republicano y democrático, donde a los presidentes se los vota para que cumplan su mandato, me guste o no me guste. Me caiga bien, mal, muy bien o peor.
Incluso aunque se tratara de un gobierno patético, de esos que nos genera escozor a diario –cada uno tendrá su percepción– nunca hay nada peor que una interrupción de mandato. Institucionalmente, siempre es peor. Siempre. Que los más pibes no lo quieran ver, es una cosa. Que mis contemporáneos no lo quieran recordar, es otra.
Pero que la agitación provenga de señores que peinarían canas si no abusaran de la tintura, es cuanto menos curioso. No por coincidir o no con sus apreciaciones. Sino porque quienes vivieron Golpes de Estado, alzamientos militares, copamientos de regimientos, entregas adelantadas de mandatos y cinco presidentes en una semana, deberían saber más que nadie el caos disparado cada vez que tiramos por la ventana a la Constitución Nacional.
Por Nicolás Lucca para Revista Noticias
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