Sobrevive entre el profesionalismo sanitario, el deterioro y las disputas de poder.
-¿Están haciendo resonancias?
-¿Están haciendo resonancias?
-Sí, claro. El resonador funciona.
El jueves por la mañana, muy temprano, las repercusiones de la aparición de una silla de ruedas incrustada en el resonador magnético del hospital Posadas eran tema de conversación en los pasillos colmados de pacientes. En las puertas del Servicio de Diagnóstico por Imágenes se había pegado un comunicado, sin firma, que aseguraba que se trató de un "accidente con factores de riesgo múltiples". La mujer de ambo que entregaba resultados respondió enseguida a esa consulta de LA NACIÓN.
Se nota que el hospital ubicado en El Palomar funciona a pesar de todo. Con el tiempo, sus médicos, enfermeros y técnicos se fueron acostumbrando a tener rejas en las puertas de los consultorios por cuestiones de seguridad y a convivir con la falta de mantenimiento y el deterioro. Es que el lugar se convirtió en un "botín" lo suficientemente atractivo para agrupaciones políticas y gremiales que se disputan el poder entre paredes que albergan realidades opuestas: el edificio nuevo, inaugurado el año pasado, y la deteriorada construcción histórica del Posadas.
La construcción histórica del Posadas es un edificio de paredes anchas, techos altos y revestimientos de un tiempo de esplendor académico y médico que añoran los más "antiguos", incluidos los pacientes que conocieron la atención de hace más de un cuarto de siglo.
"Era un hospital escuela fantástico. Fue desmejorando con todos los gobiernos. La atención médica es excelente, los profesionales hacen todo lo que pueden, pero es mucho el desorden y se nota la falta de mantenimiento", cuenta Rosa, de 71 años.
Espera sentada a que el médico la llame desde uno de los consultorios de nefrología. Con su abanico trata de aliviar el calor sofocante de la media mañana, que parece aún más fuerte con el reflejo del sol contra la estructura vidriada del nuevo edificio, que se construyó delante del edificio original como para ocultar el decaimiento y la historia.
Ella está en el quinto piso del sector D, en el antiguo edificio. "La parte nueva está muy bien, pero acá los ascensores se rompen, los que son nuevos tienen los pisos rotos; entonces, la gente con dificultades tiene que usar las escaleras o caminar hasta algún sector donde funcione un ascensor", reclama.
Hace dos años la operaron de un cáncer renal. No estuvo internada muchos días, pero recuerda la experiencia en detalle: "Debajo de la cama había jeringas y guantes descartables usados y mucho polvo. Los baños estaban mal, pero limpios porque los higienizaban los pacientes. Era deplorable la limpieza. Los indigentes venían a dormir al hospital y algunos servían la merienda o la cena a los que estábamos internados. De eso no me olvido más".
Lidia, de 73 años, está sentada al lado y dice: "Hay mucho descontrol en las salas de internación. Y que arreglen los baños".
El esposo de Rosa, ambos afiliados al PAMI, espera desde hace un año que lo operen de una hernia. "Nunca hay lugar", dice que le responden.
En una recorrida por el hospital es evidente la desorganización de los servicios. Si no se tiene la letra que corresponde al sector y el piso, es fácil perderse. Un cartel armado con letras de colores en papel glacé brillante anuncia que junto a una de las escaleras del edificio antiguo funciona el Hospital de Día pediátrico.
En otro sector, en un segundo piso por escalera, aparece la entrada a la Unidad Coronaria. Una pared falsa con roturas oculta obras sin terminar en el corredor. En la planta baja del sector B, más de 80 personas hacen una fila que llega hasta la Óptica. Esperan un turno de extracción en el laboratorio. Para entregar una muestra, como intenta Alfredo, de 68 años, hay que hacer la fila que sube por la escalera hacia el otro lado. Una mamá baja cargando en brazos a su hija de seis años, a la que le acaban de colocar un yeso en la pierna izquierda. "Si seguía esperando el ascensor no me iba más", dice.
Una puerta de vidrio separa el agobio del calor, del aire acondicionado. Son los consultorios pediátricos del edificio nuevo, que el Gobierno anterior inauguró el año pasado y al que llaman Puerto Madero. Ahí, los pisos brillan y la gente espera en sillas más cómodas. Los turnos aparecen en televisores y una voz computarizada evita que los médicos tengan que salir a llamar a los pacientes.
En los accesos hay cámaras de seguridad, que se controlan desde una sala de monitoreo. Desde las paredes de vidrio se puede ver gran parte del predio que ocupa el Posadas, incluidos los estacionamientos que controlan hombres con handys que se mueven más como integrantes de la hinchada del Club Deportivo Morón que como "trabajadores que ingresaron el año pasado y se desempeñan en el área de seguridad", según lo describió la semana pasada Darío Silva, secretario general de ATE Morón. Esa semana fuentes del Gobierno indicaron que muchos de los nuevos empleados son barrabravas del Deportivo Morón.
"Existe un ambiente de mucha hostilidad que se creó entre los profesionales y los no profesionales", confía un especialista que se anima a conversar sobre cómo es trabajar en el hospital. Antes de seguir, pide no aparecer con su nombre.
"Muchos estamos ajenos a las disputas gremiales y políticas, pero son muy fuertes acá y muchos se tienen que poner de un lado u otro para conseguir un cambio de lugar de trabajo o hasta un certificado administrativo -dice-. Si hay más empleados, sí. Se nota que hay más personal, pero la capacidad sanitaria del hospital se redujo porque hubo muchas jubilaciones y egresos de profesionales y técnicos que no se repusieron."
La magnitud de la institución en números
2179
Millones de pesos es el presupuesto de 2016
100
Millones de pesos es la deuda con proveedores
2200
Consultas diarias
1022
Cirugías realizadas sólo en diciembre de 2015
3037
Profesionales médicos, de enfermería y técnicos
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