Los siete ticos

Hay días en que la Fifa es transparente. Para una institución que dedica tanto esfuerzo a hacerse opaca, tiene morbo. Ayer, cuando decidieron que siete jugadores de Costa Rica debían pasar por el examen antidoping, estaban diciendo algo tan obvio: hay un orden y no jodan con eso. 

Por: Martín Caparrós
Costa Rica, sabemos, acababa de ganarle a Italia y repatriar a Inglaterra.
El orden está claro: en el fútbol hay países centrales y países periféricos. Países compradores de talento, países vendedores de materia prima: Europa, por un lado, Lationamérica y África por otro. 

El sistema lleva dos o tres décadas a full, pero estos últimos años la globalización de la tevé hizo que se extremara: el viejo truco de la desigualdad. Buena parte de la audiencia mundial mira más los partidos centrales –la Premier, la Liga, el Calcio– que los locales. O –como en Argentina– miramos los propios por lealtad, por viejo afecto; para ver juego miramos los ajenos. Ir a la cancha es la emoción; si queremos buen fútbol lo vemos por la tele.

Y, sin embargo, cada cuatro años todo se conmueve. En los Mundiales cada país se tiene que buscar la vida con lo que le tocó en la ruleta de su geografía, sus razas, su cultura. Es lo más atractivo de esta copa: en un deporte definido por la plata, podrido por la plata, la plata deja de ser, un mes, lo decisivo. Y los reyes pueden quedar desnudos.
Está pasando –más que otras veces– estos días. Cuando solo se jugaron dos partidos, las selecciones de las dos ligas más ricas del mundo ya quedaron afuera. España e Inglaterra caducaron y el martes Uruguay podría mandar a casa a Italia, la tercera.

Es todo un dato –y es, seguramente, toda una pérdida para el negocio Fifa y sus empresas asociadas. Por eso, quizá, para dar un ejemplo, la rabieta que terminó con siete ticos meando en un frasquito.

Por lo que les importa. Ayer Costa Rica consiguió el triunfo más importante de su historia futbolera. Un triunfo tan inesperado:

–Con ese grupo que les tocó no tienen chance. Si yo fuera costarricense me pego un tiro en las bolas.

Dijo el sábado pasado el profeta Diego Armando –y se ganó la antipatía de cuatro millones más. Les dicen “ticos”: es la medida de un país chico, tranquilo en esa zona de conflicto, orgulloso de su pacifismo y de su educación y sus volcanes, que recién se despierta de unos años de inacción y corruptela y sale en las encuestas como uno de los más felices de este mundo. Un país que vivía en los confines del planeta fútbol y que, de pronto, dijo acá estoy yo y gritó pura vida.

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